Su voz grave, tan masculina, contrastaba con las dulces
palabras escritas por aquella mujer que una noche le llamó pirata; hacía
pausas donde debía hacerlas envolviendo las palabras como si estuviera preparando
un delicado regalo.
Era el momento preciso y perfecto para empezar a leer aquel
libro abierto en un atardecer repleto de rojos con el mar en calma.El hombre leía como a ella le gustaría hacerlo, sin prisa, respirando correctamente, embelesado por el hermoso lenguaje.
Ahora sintió que él ya no le pertenecía así que en un arranque de celos le arrebató el libro de las manos para seguir ella con una lectura torpe, fea, sin sentimiento.
Su rostro avergonzado enrojeció diluyéndose entre los colores del sol moribundo de aquella tarde de enero.