viernes, 5 de abril de 2013

Desde el balcón en Laujar


Su grandeza quedó oculta tras las ramas desnudas. Se oía el canto extraño de un pájaro desconocido, invisible a sus ojos. Ya tiraron sus hojas esos árboles que seguramente en primavera renacerían milagrosamente; mientras tanto, su altura los convertía en dueños de aquel paisaje vestido todavía de invierno, aunque las  delicadas gardenias se mostraban casi lujuriosas por su color rojo, su sencillez provocativa a pesar de su poca altura casi rozando el suelo. La nieve, lejos, muestra otro misterio, el del silencio absoluto, cercano a la muerte, suavizado por un ligero resplandor blanquísimo, azulado, frío.
Contempló esa tarde la última exhibición de aquellas nubes  suaves y algodonosas. Respiró un aire tan puro, tan ajeno a su rutina que no sabía si su pecho podría  soportarlo. Cerró los ojos. Ahora entendía porque los viejos eran tan felices en aquel lugar que rozaba el cielo, hoy, ocupado por una luna rechoncha, atrevida, desafiante ante el azul salpicado de estrellas, aquellas que en la ciudad nunca se mostraban.