Al atardecer
viernes, 27 de agosto de 2010
lunes, 23 de agosto de 2010
domingo, 15 de agosto de 2010
Sin palabras
Arena, estrella, miel.
1999
Técnica mixta sobre
papel.
Francisco Celorrio
Su mano izquierda fue desplegando uno a uno los dedos, con la otra dos más. Sin decir nada las levantó para que la muchacha de la ventana del edificio de enfrente que en ese momento limpiaba los cristales balanceando sus senos al compás de los delicados movimientos de sus brazos, supiera que le estaba pidiendo una cita a las siete de la tarde, cuando él abandonara el cemento, el ladrillo y la odiosa carretilla en ese agosto tórrido poco dado a demostraciones amorosas.
Decía él que se atrevió por la distancia, para responder a la chulería de los demás albañiles que entre risas y jaleándolo le animaban a tal atrevimiento.
Se sorprendió cuando a la salida de la obra allí estaba ella, acicalada, luciendo sus mejores galas, redonda y sonriente como una manzana.
Varios meses disfrutaron de cine, paseo y algunas caricias clandestinas.
La insistencia de ella en vestirse de blanco y presentarle a su familia hizo que él huyera una tarde del siguiente verano, ya menos tórrido, diciéndole que quería ser libre, que le gustaba estar a su aire.
Al día siguiente, puntual como siempre, ella esperaba junto a la hormigonera. Mirándole con odio arrojó al suelo arenoso la cadenita de plata regalo de su amor de la que colgaba una estrella de David.
Ese agosto sus ojos no volverían a deleitarse con el dulce vaivén. La ventana permaneció cerrada hasta el final de la obra.
Mientras, él miraba los cristales añorando otra cita, quizá mañana, a las siete.
1999
Técnica mixta sobre
papel.
Francisco Celorrio
Su mano izquierda fue desplegando uno a uno los dedos, con la otra dos más. Sin decir nada las levantó para que la muchacha de la ventana del edificio de enfrente que en ese momento limpiaba los cristales balanceando sus senos al compás de los delicados movimientos de sus brazos, supiera que le estaba pidiendo una cita a las siete de la tarde, cuando él abandonara el cemento, el ladrillo y la odiosa carretilla en ese agosto tórrido poco dado a demostraciones amorosas.
Decía él que se atrevió por la distancia, para responder a la chulería de los demás albañiles que entre risas y jaleándolo le animaban a tal atrevimiento.
Se sorprendió cuando a la salida de la obra allí estaba ella, acicalada, luciendo sus mejores galas, redonda y sonriente como una manzana.
Varios meses disfrutaron de cine, paseo y algunas caricias clandestinas.
La insistencia de ella en vestirse de blanco y presentarle a su familia hizo que él huyera una tarde del siguiente verano, ya menos tórrido, diciéndole que quería ser libre, que le gustaba estar a su aire.
Al día siguiente, puntual como siempre, ella esperaba junto a la hormigonera. Mirándole con odio arrojó al suelo arenoso la cadenita de plata regalo de su amor de la que colgaba una estrella de David.
Ese agosto sus ojos no volverían a deleitarse con el dulce vaivén. La ventana permaneció cerrada hasta el final de la obra.
Mientras, él miraba los cristales añorando otra cita, quizá mañana, a las siete.
miércoles, 4 de agosto de 2010
Madrid en agosto
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