Jean Edouard
Vouillard
1891
óleo sobre lienzo
Museo de Orsay
París
Sus manos se movían con un ritmo enloquecido, incontrolable, entonces era cuando sus ojos miraban al cielo y escuchaba el batir de alas de algún ángel despistado que la llamaba con voz susurrante y sugestiva, seduciéndola en un intento vano para que abandonara la tierra firme y pedregosa a veces llena de trampas, pero tan agradable de recorrer día a día. Se resistía el perenne huésped a abandonar el cálido refugio lleno de recovecos y cavidades donde campaba a sus anchas disfrazándose a menudo de un color verde tornasolado; derrotado casi y descompuesto en fragmentos, era expulsado del paraíso transitorio, hacia aguas menos acogedoras.
Ella esperaba en vano su partida hacia el cielo divino porque más parecía apreciar los dones terrenales que dios le regaló siempre aunque no era consciente de ello. Sábanas blancas rodean su cuerpo ahora purificado por un líquido transparente y cristalino que insistente penetra en sus venas tan maltrechas, cansadas, y hoy, agradecida por su vida reza en silencio.
Ella esperaba en vano su partida hacia el cielo divino porque más parecía apreciar los dones terrenales que dios le regaló siempre aunque no era consciente de ello. Sábanas blancas rodean su cuerpo ahora purificado por un líquido transparente y cristalino que insistente penetra en sus venas tan maltrechas, cansadas, y hoy, agradecida por su vida reza en silencio.