Aquel tipo de traje negro mira al frente, sus ojos se
iluminan. A lo lejos, ve a un hombre de mediana edad vestido de rojo, pasea con
tranquilidad, admira el mar. Esta tarde el paseo marítimo está casi desierto;
una mujer mayor se deja pasear por su perro; otra, hace fotos del atardecer con
una pequeña cámara; hay una familia rompiendo el apacible silencio, los niños
no paran de chillar, correr, los padres gritan en vano que acudan junto a
ellos; un anciano cogido con fuerza a unas andaderas da pequeños pasitos, despacio, parece una estatua, apenas se mueve.
El hombre trajeado
avanza ahora más rápido, casi tropieza con el otro, se acerca tanto que le roza;
con una mirada amenazante que no parece de este mundo abre los labios dejando
escapar una voz cavernosa que exige una
limosna, con su mano temblorosa exhibe
la tarjeta sanitaria de salud mental que certifica su locura; sin inmutarse, el
paseante le mira, saca de la cartera otra tarjeta y acercándosela para que la
vea bien le dice: “ No voy a darte nada,
además, yo tengo otra como esa”.El rostro del señor del traje enrojece, se aleja cabizbajo, avergonzado.
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