Calculó con precisión la distancia del asfalto hasta el techo gris de uralita. De un salto alcanzó su objetivo: una preciosa sombra mañanera. Estiró su cuerpo y sus patas de costado encontrando por fin el descanso tras una larga noche de carreras, chillidos, maullidos desesperados y algún zarpazo que otro propinado por su rival, el gato más viejo de la calle envalentonado por su experiencia y su marcado territorio. No durmieron los vecinos esa noche. Aunque su cuerpo se encontraba dolorido, arañado y cansado, en el fondo agradeció ese tiempo de posibles conquistas. Ahora le tocaba dormir hasta la próxima batalla.
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