Toma la tela entre sus dedos; la frota suavemente, parece
estar viva, emite una luz azulada.
Ahora, él es un caballero vestido con
decencia. Ella, subida sobre el escalón del portal parece más alta. Desde
allí, le ve postrado a sus pies, pequeño, insignificante.
El agua de la fuente llena el espacio
de un agradable sonido.
Mirándole desde arriba, piensa que el tiempo no ha borrado
la sonrisa infantil ni el aire pícaro que le daba un aspecto equivocado. En la
calle, voces, personas que vienen y van sin rumbo, miradas curiosas,
disimuladas. Ellos, aislados en la burbuja azul, se hacen invisibles,
vuelven a la adolescencia, a aquella calle llamada antiguamente de la seda; hoy, sus cuerpos se elevan hacia el cielo negro, misterioso, refugio de soledades.
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