Él levanta la cabeza, me mira; yo descorro la cortina, le miro. Él se sienta al sol, se tumba, se despereza o corre enloquecido tras una pelota, un pájaro o el cacharro de plástico volcado por el viento. Él tiene la puerta cerrada todo el día como si fuera un monje, yo deslizo el cerrojo dorado lentamente. Buscamos los dos la sombra piadosa.
Yo saco la tabla de la plancha y una montaña de ropa arrugada mientras miro de reojo esperando que se haya ido.
9 comentarios:
¿Por qué no pruebas a invitarle a un café?.
Hola,laindefensiónaprendida,ojalá que fuera un vecino humano,pero este ni ladra de lo triste que debe estar.Saludos.
Si es un animal se me parte el corazón.
Besos
Me gustó el texto. Pobrecico. Los perros en los terraos siempre me han dado mucha pena. Saludos.
Tan sencillo como encantador, Bambú. Esas pequeñas historias intrascendentes son una delicia.
Un abrazo.
Sr.Curri,gracias por tu comentario.Bueno, el perro ya no está,supongo que estará mejor,prefiero pensar eso.Abrazo.
Dédalus,gracias,no ando muy fina así que te agradezco tu comentario.
Mientras tanto, a ver si miro más y me llega la inspiración.Besos.
Me gusta mucho ese toma y daca que estableces a partir de sus actividades cotidianas; casi parece que los estemos presenciando en tiempo real.
Muchos besos!
Querida Gemma,bueno miro lo que me rodea,creo que escribirlo me resulta a veces una tabla de salvación sobre todo cuando lo que veo no me gusta demasiado.Abrazo fuerte.
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