Ayer, una luna espléndida, rechoncha, amarilla, se resistía
a alejarse de aquel tejado al que sólo le faltaba un gato contemplándola. Un
poco impresionados por esa visión tan sugerente bajamos el tono de voz antes de
que ella abandonara el traje dorado que lucía; parecía querer celebrar la noche
de San Juan, acercarse más a la playa cuajada de hogueras, lucir toda su
hermosura antes de que una luz blanca la inundara haciéndola más pequeña e
inaccesible. En vano, de nuevo miramos por si ella seguía allí vestida como antes,
pero no, ahora estaba mucho más lejos, alejada ya del humo, del susurro de voces lejanas. Luego, asombrados intentábamos descifrar que eran
aquellas lucecitas tenues que se desplazaban con lentitud por el cielo,
haciendo un guiño luminoso, continuo. Alguien
comentó que podrían ser farolillos chinos. Se
cuenta que llevan un deseo escrito en su interior, se elevan con una
pequeña llama, surcan el cielo con delicadeza para ir a morir cuando ésta se apaga, en cualquier sitio.
No se rompió aquella calma cuando empezaron los fuegos
artificiales, más lentos, más silenciosos que otros años, como si todos se
hubieran puesto de acuerdo para no
molestar, ni interrumpir esa languidez contagiosa que por unas horas se adueñó de la ciudad y de todos sus
habitantes.
Salida de la luna sobre el mar
óleo sobre lienzo
1821
Caspar David Friedrich
2 comentarios:
Buff... las verbenas y las fiestas de verano son mis favoritas. Se puede hablar y bailar con espacio y me encantan las orquestas. Desde hace unos años, en verano, escucho en mi casa los voladores y la música de distintos lugares. No tengo con quien ir y me da una envidia enorme. Besos Bambú.
Dieguku, en este caso se trataba de una reunión de amigos, no siempre compensa ir a la playa, ahora hay demasiada gente pero hace años sí que era un placer vivir la noche de San Juan. Saludos.
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