lunes, 30 de mayo de 2011

Mi vecino


Él levanta la cabeza, me mira; yo descorro la cortina, le miro. Él se sienta al sol, se tumba, se despereza o corre enloquecido tras una pelota, un pájaro o el cacharro de plástico volcado por el viento. Él tiene la puerta cerrada todo el día como si fuera un monje, yo deslizo el cerrojo dorado lentamente. Buscamos los dos la sombra piadosa.
Yo saco la tabla de la plancha y una montaña de ropa arrugada mientras miro de reojo esperando que se haya ido.

viernes, 13 de mayo de 2011

Encuentro

Galgo
Salvador Dalí
1938
lápiz sobre
papel

Destacaba sobre el asfalto sucio y gris un pañuelo rojo rodeando el cuello de aquel ser delgado, con las costillas casi al aire de lo transparente de su piel, ojos tristes y maneras asustadizas, de hecho, el galgo, se escondió atemorizado tras aquel ángel con mono azul y sonrisa permanente cuando advirtió mi mirada. Su pelo estaba más canoso y había ganado unos kilos pero sus brazos seguían siendo cálidos y fuertes, lo noté cuando me dio un abrazo de esos totalmente sinceros que nunca se olvidan y me confesó con un poco de vergüenza que me quería mucho. Recordé su regalo, una vieja cinta grabada con el concierto para clarinete de Mozart, su obra preferida y añorada de cuando aprendió a tocar este instrumento que tantas satisfacciones le había dado, tantas como todos sus hijos, su mujer, sus animales; decía que en su casa todo se multiplicaba. Siempre risueño comentaba que él solo comía una vez al día como los perros, por eso de ahorrar. Me alejé de allí con prisa reprimiendo una lágrima de alegría. Allí se quedó él abriendo sus alas lentamente, con cautela, para que el perro no se asustara.

lunes, 2 de mayo de 2011

Príncipes y ogros

The veil

Fernand Khnopff

1890
Tras la cortina de tul negro escondía su rabia, intentaba no gritar; con los ojos casi totalmente rojos reprimió un grito de desesperación cuando vio pasar aquella cabeza casi perfecta, de cabello largo, sedoso, adornada por una tela transparente de un blanco puro y una sonrisa constante. Sentada en su carroza junto a su apuesto príncipe, saludaba a la multitud que enardecida gritaba loca de felicidad, ilusionada. El chico rubio, de ojos claros sonreía con labios trémulos.
Él seguía allí, escondido, recordando la sangre derramada sobre sus manos, tan fuertes y seguras. Siempre le atrajo ese tejido, tanto, que nunca se resistió a abalanzarse sobre las bellas doncellas que a menudo lo lucían. Cuando sus dedos estaban débiles, usaba la espada, más contundente y certera. Rodaban entonces cabezas adornadas por hermosas cabelleras de todos los colores, rubias, morenas, castañas, pelirrojas, ensortijadas o lisas,.mientras las víctimas, de todas las razas posibles con un gesto de dolor emitían su último suspiro.
Pasó la carroza con el alegre sonido del cascabel y el trote de los caballos.
Corrió la tela lentamente y ya, más tranquilo, se dirigió a su cama esperando que pasara aquel día aciago. Por la mañana, volvería a su rutina.