lunes, 24 de junio de 2013

El cielo de San Juan


Ayer, una luna espléndida, rechoncha, amarilla, se resistía a alejarse de aquel tejado al que sólo le faltaba un gato contemplándola. Un poco impresionados por esa visión tan sugerente bajamos el tono de voz antes de que ella abandonara el traje dorado que lucía; parecía querer celebrar la noche de San Juan, acercarse más a la playa cuajada de hogueras, lucir toda su hermosura antes de que una luz blanca la inundara haciéndola más pequeña e inaccesible. En vano, de nuevo miramos por si ella seguía allí vestida como antes, pero no, ahora estaba mucho más lejos, alejada ya del humo, del susurro de voces lejanas. Luego, asombrados intentábamos descifrar que eran aquellas lucecitas tenues que se desplazaban con lentitud por el cielo, haciendo un guiño  luminoso, continuo. Alguien comentó que podrían ser farolillos chinos. Se  cuenta que llevan un deseo escrito en su interior, se elevan con una pequeña llama, surcan el cielo con delicadeza para ir a morir cuando ésta  se apaga, en cualquier sitio.
No se rompió aquella calma cuando empezaron los fuegos artificiales, más lentos, más silenciosos que otros años, como si todos se hubieran puesto de acuerdo  para no molestar, ni interrumpir esa languidez contagiosa que por unas horas  se adueñó de la ciudad y de todos sus habitantes.

 
 
 
Salida de la luna sobre el mar
óleo sobre lienzo
1821
Caspar David Friedrich