jueves, 12 de julio de 2012

Rozando el río

En la orilla derecha apenas existía vegetación, veíamos rocas verdosas y amarillentas, altísimas, orgullosas, desafiantes; los ojos casi se pierden al contemplar la pista certera de que allí hay vida.
A la izquierda, poblando la roca crecían algunos vegetales, árboles retorcidos acoplándose a la vertical imposible que parece custodiar el curso del agua; las pequeñas águilas americanas, escondidas en los huecos estrechísimos y escasos de la inmensa pared, disputaban por un espacio seguro donde construir sus nidos.
El barco avanzaba lentamente; un silencio abrumador nos sobrecogía. La lluvia fina, callada, nos regala otra forma de ver y sentir el corredor de agua y piedra.
La voz clara y dulce de la chica guía armoniza con ese momento que parece de otro mundo ya casi olvidado.
Era el lugar y el minuto perfecto para contarnos que su madre era española, su padre portugués y ella era del río.



Arribes del Duero