domingo, 28 de febrero de 2010

Escenas de supermercado




Un niño se encarama a la estantería de los yogures ante la indiferencia de sus padres y estruja dos saltando la tapa de aluminio; mil salpicaduras ensucian el aséptico mostrador. La mujer joven con un carrito y un niño observa embelesada la variedad de productos lácteos, reflexiona sobre cual comprar, mira todas las etiquetas, la diferencia de precio entre uno y otro, convirtiendo su decisión en un problema a resolver en el menor tiempo posible; el niño chilla, se desespera y su madre le grita sin contemplaciones hacia él y los demás.
La mantequilla se exhibe impúdica en la estantería provocando a los que están a dieta que optan al final, muy a su pesar, por un insulso producto bajo en grasa.
En los probadores una señora hace saltar la alarma y la luz roja cuando atraviesa la barrera infranqueable cargada de perchas y ropa de saldo ante la mirada estupefacta de los que pacientemente esperan su turno para entregar la ropa a una señorita que cual malabarista pasa por un lugar seguro las prendas para que no piten. Luego se arrepentirán de hacerlo, esos espejos que te observan por todos lados son la prueba del paso inexorable del tiempo
En la caja amablemente una señora cede la vez a una chica joven con un niño en brazos, con un gesto de desprecio le dice que no, que gracias.
La cajera tiene un resfriado de caballo, ojos vidriosos y cara de fiebre, mientras sigue pasando los códigos con paciencia Zen tratando de esbozar la mejor de sus sonrisas.
Pero, tenemos un problema la caja no reconoce el código, hay que llamar por teléfono, la cola se paraliza, los clientes miran fijamente como mandando energía que resuelva el problema; pasan varios minutos y nos ponemos nerviosos. ¿Porqué se me ocurriría venir a esta hora? Cuando por fin la cajera ha resuelto el contratiempo todo vuelve a su ritmo frenético y casi agradecemos la anterior pausa que nos recuerda que las prisas no son buenas.
El vigilante mueve los ojos de un lado a otro tratando de descubrir a distancia algún movimiento sospechoso. En la entrada, sólo una, el sello acredita que tú has traído las bolsas, son tuyas y nadie podrá cobrártelas. Hay también un artefacto que sella un plástico que envuelve lo que traes de fuera que por alguna misteriosa razón no siempre funciona de manera adecuada. Alguna vez el chico ha tenido que llamar amablemente la atención a algún ratero al que conduce a una habitación secreta que nadie ha visto y en la que se sospecha se somete al ladrón a un escarmiento.
Una vez terminadas tus compras y ya en casa, tienes que cortar unas etiquetas secretas que cosidas a la ropa pitan por donde vayas si hay un detector de alarma; así que cuidado.
Una pelota solitaria corre por el pasillo de las verduras poniendo en peligro a los más ancianos; a los pocos minutos un niño chilla jubiloso por haber encontrado de nuevo su más preciado tesoro, iniciando de nuevo el juego, botando contra las estanterías o contra algún culo despistado.
Las madres aprovechan la compra para impartir clases a sus niños: seleccionan verduras, aprenden a colocar la compra de manera ordenada, tantean los productos sin guantes, alguno prueba directamente el producto o le hace el control de calidad tirándolo al suelo ante la mirada impasible de sus progenitores; el padre como un pasmarote acompaña a los niños y a la madre simplemente para no quedarse con los pequeños en casa ni con la suegra que aturdida con tanto bullicio mira a todos lados sin ver nada dejándose llevar por la marea humana de un lado a otro. Los nervios afloran en la caja, los niños ya no pueden más y protestan con unos chillidos y llantos que hacen temblar al más templado.
Casi escondidos unos niños comen chocolate y bollos en la sección de dulces
La señora mayor se aventura a alargar el brazo para alcanzar aquel dulce que tanto le gusta provocando una caída en cadena sin mayores consecuencias para ella.
El hombre observa asombrado en consigna como aquel carrito tan pijo que le regaló su esposa se lo han robado.
La anciana intenta colarse en la carnicería, tiene mucha prisa.
Para algunos encontrar la fecha de caducidad es una tarea difícil aunque siempre hay un alma generosa que busca dando mil vueltas al envoltorio y comunica al anciano el dato oculto. El agradecimiento es tal que uno se ruboriza.
En la pescadería las preguntas son siempre las mismas: ¿va por turno? o ¿quién es el último?. Aquí hay que tener cuidado; el suelo cercano a la mercancía suele estar encharcado, se debe mantener una prudente distancia o las suelas de los zapatos apestarán a pescado durante horas; no os fieis mucho del brillo del pescado, unos focos lo iluminan constantemente, es difícil distinguir su frescura.
En la sección de bebidas siempre hay alguna botella rota en el suelo y un líquido pegajoso lleno de cristales amenaza la integridad de los clientes que miran embelesados los vinos, se quedan quietos un rato intentando saber cual será el más adecuado; en un momento de inspiración casi místico cogen amorosamente la botella elegida en sus brazos.
Pero sin duda el protagonista indiscutible es el pasillo del centro. Allí confluyen casi todos los carritos como si una fuerza invisible los empujara a reunirse a pesar de sus conductores, formándose tal atasco que a veces piensas si no debería uno examinarse sobre la mejor manera de conducir el pequeño vehículo para no llegar a ese centro incómodo y maldito donde puedes chocar, quedarte atascado, resbalar, hacer más fuerza de lo normal, pues el carro suele estar lleno, o encontrarte con alguien a quien no ves hace mucho tiempo y no te apetece saludar.
Feliz próxima compra.

sábado, 20 de febrero de 2010

Lluvia

Se nos hace pesada la lluvia cuando los pasos aun livianos quieren atravesar el quicio de la puerta y deslizarse suavemente por el asfalto húmedo.
Las gotas en el cristal resbalan lentamente compitiendo por alcanzar el marco de aluminio de la ventana casi verdoso, depositarse en él hasta que un tímido rayo de sol las descomponga en un hatillo de colores y se reflejen en la fría losa blanca.

lunes, 15 de febrero de 2010

Fémur

Mujer desnuda con pierna
plegada
1931
aguafuerte
Pablo Ruiz Picasso



Crecía y crecía con una largura que llegó a duplicar la medida de su parte superior en descarada competencia con aquél incipiente cuerpo de mujer; todas la miradas se posaban en esas larguísimas piernas ignorando lo más bello de esta personilla: fino talle, ojos grandes y delicados, manos delgadas y finas de señorita, pelo rebelde sometido a las torturas diarias de espumas, suavizantes, secadores y sobre todo una callada y discreta dulzura. Algún día un osado caballero descubriría su parte superior y tras escalar esos obstáculos aparentemente infranqueables alcanzaría la gloria de robarle un beso.

jueves, 11 de febrero de 2010

El juego del ángel



Alas de amor
Maija Tuurna
1992
óleo, collage y acrílico

A su espalda, un raro olor salía de una bolsa de chucherías sostenida por un niño muy blanco y delgado; ajeno al ambiente hostil del hospital comía con ansiedad; luego sacó su maquinita de juegos para aislarse de ese entorno silencioso y respetuoso que impone el miedo latente. Su gorra, su cuerpo espigado y un incipiente y fastidioso bigotillo anunciaban que estaba en plena adolescencia. Ajenas sus hormonas a esas células fastidiosas que se empeñaron con saña en alojarse en sus pequeños huecos. Menos mal que esa gorra no le sienta nada mal. Pregunta por su chica, la que que le quería como amigo. No sabe que es posible que el ángel negro le coja de la mano para conducirlo hacia abismos desconocidos. Mientras tanto, nadie podrá arrebatarle su precioso secreto.

lunes, 8 de febrero de 2010

El ojo que todo lo ve

Biotherm
1990,
Jim Dine
Museo de Bellas Artes
de San Francisco.California.

Un señor sabelotodo observa insistente la pantalla mientras su mano recorre tu cuerpo con un aparatito que se desliza sobre un líquido pegajoso y transparente. Insiste en los huecos. Pesadamente se pasea intentando descubrir la huella de un tortuoso pasado no resuelto.¡Qué pesado!. No tenía que haber acudido a la cita. Además es tan callado, tan soso, tan anónimo, que da miedo.

Lo que oímos

El disparo

Max Klinger

Aguafuerte, aguatinta y

punta seca

Una conversación entre dos hombres. No les veía la cara. Sus voces se oían en todo el autobús. Allí mismo, contaba el chico, en medio de la calle, le pegó un tiro, era su sobrino, lo levantó dos palmos del suelo, se quedó tirado, desangrándose. Eso no se hace ni con los perros, que si se acercan les das de comer; estaba enganchado y ella también, la hija del comisario, una belleza. Si una vez entré a la carnicería y estaba robando una ristra de chorizos; cuando llegó el dueño lo emperchó y por poco si lo mata; si se lo hubiera pedido se lo hubiera dado, que robar para comer no es delito, si el pan no se le niega ni a un perro. Esos no son ni payos, bueno castellanos, que eso de payos....ni gitanos, son indígenas que para pegar un tiro a alguien....y más si es de tu familia.También mataron al ?, ahora su mujer se ha liado con el sobrino, menuda guarra, si... esa que va tan pintada en el autobús. Mira, hace poco entraron por los menos veinte policías en el bar del moro y se llevaron a unos cuantos, pero a mí no, yo ya he cumplido, ocho años, ahora estoy limpio, estoy cumplido.
La niña de trenzas doradas observa y oye la conversación muy seria, mientras su madre la vocea para que se siente bien.