miércoles, 14 de septiembre de 2011

Atardecer ventoso





































La delgada raya de arena se inquietó cuando el agua salada antes tan calmosa y tranquila alterada por el levante, que aquí es fresco, se arremolinaba convirtiéndose en espuma blanca, veloz, para ir a morir a la orilla. Están vacías las hamacas de lonas azules y blancas. Alguna señora gordísima contempla con arrebato el romper de las olas. Su carne blanca resalta por el negro adelgazante de su bañador apretado que frena el impulso natural a desparramarse hacia los lados.
Los niños, rubísimos, ajenos a la ventolera y al reloj hacen contorsiones peligrosas, ríen, chillan, rompiendo el relativo silencio del atardecer tan alterado hoy que apenas hay caminantes, dejando más a la vista los colores alegres de los vestidos de las mujeres de Senegal, afanadas en embellecer a las niñas europeas con diminutas trencitas primorosamente hechas sin prisa, con tanta paciencia que hasta las chiquillas parecen entrar en trance, quedándose quietas durante bastante tiempo; tenemos una geometría perfecta: la línea del mar, las olas rompientes, el césped, la arena humedecida y el muro de cemento .