Me asomo. Veo el cielo dorado con una sombra de tiniebla; pero allí, está el sol orgulloso, resistiéndose a morir. Día tras día, sale de nuevo para animarme a jugar al escondite, siempre insistente, tozudo, pesado; yo, me acerco a la ventana, lo descubro, vuelve a esconderse para que lo busque de nuevo.
sábado, 24 de marzo de 2012
El sol siempre
Me asomo. Veo el cielo dorado con una sombra de tiniebla; pero allí, está el sol orgulloso, resistiéndose a morir. Día tras día, sale de nuevo para animarme a jugar al escondite, siempre insistente, tozudo, pesado; yo, me acerco a la ventana, lo descubro, vuelve a esconderse para que lo busque de nuevo.
jueves, 15 de marzo de 2012
El caballero valiente

Personaje matando
a un dragón
1977
acrílico sobre lienzo
Guillermo Pérez Villalta
Regresó de su largo viaje un poco más apagado, más serio, su piel se volvió muy pálida, casi transparente.
El día que una mano se posó sobre su cabeza, tuvo el honor de ser nombrado caballero. Le entregaron la espada, la armadura, un casco protector y una malla metálica que escondía su enjuto cuerpo. Dieron la orden para entrar en combate; a pesar de su inexperiencia, confiaron en su entusiasmo para vencer al temible dragón de zarpazos y lengua de fuego, amenaza de la supervivencia de los habitantes del pequeño país.
Hoy, él, convertido en el objetivo de la bestia se puso de rodillas acatando humíldemente la penosa misión. El sol, el mar y la tierra no habían cambiado. La luna seguía exhibiéndose, como si nada, iluminando su nacarado rostro le hacía un guiño de complicidad para acompañarlo en la negrura de futuras noches. La estrella fugaz le ofreció que pidiera un deseo. Él, sin dudarlo, afirmó su querencia a la vida y ahora, puesto en pie, cogió la espada, subió a su noble caballo y resolvió entrar en combate a la hora convenida.
El día que una mano se posó sobre su cabeza, tuvo el honor de ser nombrado caballero. Le entregaron la espada, la armadura, un casco protector y una malla metálica que escondía su enjuto cuerpo. Dieron la orden para entrar en combate; a pesar de su inexperiencia, confiaron en su entusiasmo para vencer al temible dragón de zarpazos y lengua de fuego, amenaza de la supervivencia de los habitantes del pequeño país.
Hoy, él, convertido en el objetivo de la bestia se puso de rodillas acatando humíldemente la penosa misión. El sol, el mar y la tierra no habían cambiado. La luna seguía exhibiéndose, como si nada, iluminando su nacarado rostro le hacía un guiño de complicidad para acompañarlo en la negrura de futuras noches. La estrella fugaz le ofreció que pidiera un deseo. Él, sin dudarlo, afirmó su querencia a la vida y ahora, puesto en pie, cogió la espada, subió a su noble caballo y resolvió entrar en combate a la hora convenida.
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